Violencia urbana. Lo que Leo nos dejó

El sábado 1 de junio por la tarde una tragedia atravesó a la comunidad de B° Ciudad de Mis Sueños. Leonel Ezequiel Sosa Heredia, un niño, joven incipiente de 14 años recién cumplidos (hijo, hermano, nieto, primo, sobrino, estudiante, amigo, compañero, vecino, conocido) fue asesinado a causa del fuego cruzado en una disputa urbana; así sin más, poniendo de relieve y en tensión el valor de la vida, la violencia urbana, la inseguridad, las ausencias, las problemáticas sociales, los temores.

Diálogos 21/06/2024 Flavia Hidalgo*
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Leonel Ezequiel Sosa Heredia Foto gentileza

Movilizó. Lo movilizó todo, una despedida multitudinaria, cortes de ruta por pedido de justicia, homenajes, reflexiones, la certeza de que nadie se salva solo, de que este dolor colectivo que causó esta temprana partida no puede ser en vano, de que necesitamos más y mejor presencia de contención en cada una de las instituciones del Estado, de que debemos organizarnos comunitariamente para cuidar a nuestras infancias y juventudes, para cuidarnos todes. 

Las redes sociales y los medios trataron el hecho como era de esperarse: distinguieron primero los orígenes de la víctima, cuestionaron su moral primero, prejuzgaron, en alguna medida bajando el precio del valor de su vida. “Barrio de delincuentes, seguro que no era una blanca palomita” son algunos de los comentarios que desesperan, que asustan. 

 ¿Y qué si hubiese sido delincuente? ¿Eso lo condena a morir tirado en las calles de su barrio sin más, así por que sí? ¿Eso le baja el precio a su existencia? ¿Lo hace una muerte menos dolorosa? Leonel no era un delincuente. Era un niño, un joven.

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En momentos de resignación e individualismo y de miseria, desocupación,  desorden social, de desidia, de todo esto que incluso es legitimado por gran parte de la voluntad popular, este  hecho tan trágico como disruptivo nos corrió de eje para poner en valor la importancia de las construcciones colectivas y la necesidad urgente de la presencia del Estado y del trabajo en red sobre todo en lugares como este, en sectores vulnerados que necesitan a gritos más y mejor escuela, más seguridad, más salud. 

Esa tarde de otoño, tras días de mucho frío, las temperaturas comenzaban a templarse. Iniciando el mes de junio los niños y niñas, los jóvenes del barrio esperaban la visita de César Mundo, un influencer que cerraba su gira por los barrios de Córdoba, justamente en Ciudad de Mis Sueños. Leo, como cualquier otro joven, esperaba ansioso a este personaje. Sábado, clima agradable, como en cualquier lugar  de la ciudad, las calles del barrio estaban colmadas de gente, de juegos, de encuentro, de vida. 

En ese paisaje, Leo fue asesinado. En un playón que divide a dos barrios que históricamente han tenido problemas. Al lado de la comisaría, a metros del centro de salud, frente a la escuela. Lo asistió una vecina, quien relató que al sentir otra vez disparos no pensaba salir, pero lo hizo, salió –a diferencia de la policía- y corrió en busca de un médico y de ayuda para salvarlo. Pero Leo murió.

Parece ser que el conflicto que culminó en disparos y asesinato tuvo raíz en una absurda discusión entre vecinos de Ciudad y el llamado Barrio Chino (Parque Ituzaingó). Violencia extrema muy naturalizada por quienes conviven en estas comunidades, pero que se materializa con la muerte. La de nuestro Leo, el Leo que tenía cinco hermanos, un padre y una madre que lo amaban, que tenía abuelas que lo contenían y consentían,  tíos y tías que lo querían como a un hijo, primos que ampliaban sus vínculos fraternales. El Leo que hacía delivery, el que limpiaba veredas para juntar el manguito, el que jugaba fútbol con Chirola, el que estudiaba en el IPET 416, el que pasaba tiempo en los pasillos de la escuela, más que en las aulas, porque le costaba mucho seguir las actividades propuestas por sus docentes que a veces no notaban que le costaba leer y escribir con autonomía. El “gordo Leo” como le decían sus afectos cercanos.

Armas 

Armas, muchas armas en un contexto oprimido y amenazado cotidianamente por las carencias. Armas que se sacan y se disparan ante cualquier situación, entre conocidos, entre rivales, entre vecinos y vecinas, entre quienes forman parte de una comunidad. Armas cuyo uso se legitima en el discurso de los responsables de la seguridad nacional en un país en el que se piensa que las mismas serán portadas- y gatilladas- por quienes están aterrados y se defienden del ataque de la barbarie,  por quienes suponen que sus vidas valen más que las del resto ... 

Pues bien, las armas, la vida y la muerte nos posicionan en el mismo punto de partida: el temor, la soledad, la fragilidad, la ausencia irresponsable del Estado nacional y provincial –por acción u omisión-, el abandono, el desinterés. La falta de humanidad. 

Tres de cuatro involucrados en el asesinato de Leonel Sosa fueron detenidos. Se espera que cada uno se haga responsable de sus actos. Se espera que se dimensionen las consecuencias. Ya no hay vuelta atrás. Pero es un punto de inflexión. Se espera justicia, prisión efectiva para todos los involucrados.  Sentencias firmes. Se espera que de una vez por todas se tome consciencia del alcance de las acciones, se visualice y valore al otro, a la vida, que se termine con tanta tragedia, con tanto dolor compartido.

Poco más de una semana después de este trágico hecho, apuñalaban en la Ruta 9 sur y la entrada a B° Ituzaingó a un amiguito de Leo que aún transita la Escuela Primaria. Están matando a nuestres niñes y jóvenes. ¿Qué hacemos con tanto?

Con tanta postergación, con tanta angustia, con tanto temor. No quedan más herramienta que agruparnos, construir, buscar, indagar en métodos alternativos, protestar, defendernos, cuidarnos, resguardar a nuestras infancias y juventudes. Organizarnos. Organizar el barrio, con referentes, con vecinos y vecinas, con gente que esté dispuesta a debatir, a poner tiempo, cuerpo, ideas, a visibilizar los descontentos. 

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Hace poco una persona allegada me dijo: “Necesitamos las fuerzas de seguridad, lo que le pasó a Leo no puede volver a pasarnos. Hay mucha droga, muchas armas, mucha violencia e impunidad”.- El diagnóstico no es errado, pero la solución al problema puede que sí. Hay una incomodad, pero también hay una certeza; hay mucha indignación, necesidad de encuentro, de diálogo de acción que reclama ser encausada.

 Hay un no sé qué gestándose, una posibilidad de cambiar la realidad trabajando colaborativamente, asumiendo desde cada lugar el tamaño compromiso de decidir habitar y llenar de sentidos estos espacios complejos y desafiantes; hay una necesidad de reconstruir lazos y redes entres las instituciones de la comunidad, de encontrarnos, de buscarle la vuelta, con el empeño de siempre, con la responsabilidad de que nunca más vuelva a pasarnos. 

Flavia Hidalgo, docente del IPET 416, integrante de Más Democracia

 

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